Me pasa constantemente y
estoy seguro que a ti también. Veo las noticias, leo los periódicos, escucho la
radio y todos los medios coinciden en
que esta sociedad no va por buen camino. Y por otro lado la élite política
gobernante, jactándose constantemente de que esta situación ya está
medianamente encaminada. Y llego a la extraña conclusión, que muchos de los
problemas por los que esta sociedad está atravesando responden a determinadas
enfermedades oftalmológicas, y lo que es peor: que quienes las padecen, no son
conscientes de su diagnóstico y menos aún del posible tratamiento curativo. La
primera de las afecciones tiene que ver con el daltonismo, ya que aquellos que la sufren no solo tienden a
confundir los colores, sino que pareciera que solamente el único que distinguen,
es el color del dinero. Más o menos intuimos qué es lo que sucede, cuando es
este color el que predomina sobre los demás: abusos, avaricia, poder, corrupción,
prevalencia del tener sobre el ser…nada que a estas alturas de la película
desconozcamos. El segundo de los problemas, es el de la pérdida de visión periférica. Es decir, aquella que te impide ver
lo que acontece en los márgenes de la sociedad: los vulnerables, los
empobrecidos y excluidos, los parados, los enfermos, los inmigrantes…más de
trece millones de personas según la tasa europea AROPE que combina distintas
variables que van desde los ingresos o la intensidad en el empleo, hasta la
capacidad que tienen los hogares para afrontar determinados gastos, como mantener
caldeada la casa en invierno o hacer frente al pago de los recibos más básicos
y habituales (para mayor amplitud estadística y sociológica recomiendo ver el
VII informe Foessa). Pero no las ven. No las ven a pesar de que salen a la
calle, cada una ondeando al ritmo de su propia marea, enarbolando sus camisetas
y banderas, caminando por todo el país, gritando otro modelo de hacer
política…pero no las ven porque para ellos, estas realidades no están en el
centro del debate ni de sus preocupaciones, sino que habitan en las periferias
de la desolación, el sufrimiento y la indolencia; concretamente allí donde su
realidad comienza a perder el enfoque. Y la tercera de las patologías visuales
se presenta bajo el nombre de miopía.
Aquella que provoca que la mirada lejana pierda la nitidez y se presente un
tanto borrosa. No habrá por tanto visión a largo plazo, sino que bajo esta
dolencia, solo se tomará en cuenta aquello que pueda ser abordado bajo los
parámetros del cortoplacismo y la inmediatez, con los graves perjuicios que
ello provocará en el futuro: no invertir en educación, en sanidad, en
infraestructuras, en sostenibilidad, en valores, etc.
Ante toda esta locura
ocular, debemos permanecer atentos también para defendernos de lo que nos
quiere hacer ver, y ser lo suficientemente ágiles e inteligentes para llamar a
las cosas por su nombre. Debemos ayudarnos a visualizar desde qué claves se
está mirando el mundo y los problemas que fruto de esa mirada estamos viendo y
padeciendo. Necesitamos con urgencia desarrollar una pedagogía de la mirada que
nos permita ver en gran angular los trampantojos de la vista y el lenguaje. Cuando
en las vallas fronterizas o en los cayucos nos hacen ver a ilegales, yo veo a
personas. Cuando nos hablan de ropa a buen precio yo percibo esclavitud. Cuando
nos hablan de prostitutas yo veo a mujeres prostituidas. Cuando nos hablan de
los “top manta” y del delito de piratería, yo también veo una economía de
supervivencia. Cuando nos hablan de pobres, yo veo a personas empobrecidas y
privadas de derechos.
Por
ello, debemos defendernos ante otras fuerzas y otros poderes encargados de que
veamos lo que a ellos interesa a través de sus propias lentes. A estas alturas,
ya sabemos de sobra como la ideología de corte neoliberal, realiza por nosotros
este trabajo de configuración de las cosmologías -es decir, la forma en que las
personas de manera conjunta percibimos un problema- donde se tiende a
invisibilizar a las víctimas o como mucho resolviendo sus carencias con
recursos asistenciales y políticas de control social.
Dice
el refrán que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Algunos de nuestros
políticos elevan este refrán a su máximo exponente y mientras sigan haciendo
gala del: “Ojos que no ven, corazón que
no siente” las cosas nunca cambiarán
por ciencia infusa o macroeconómica. Digámosles bien alto y bien claro que: “ojos que ven, corazón que siente” y
démosles nuevamente, una lección de ciudadanía, de coherencia y de dignidad.
Toño
Villalón